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viernes, 23 de marzo de 2012

Derechos Humanos y Estado Terrorista. (1976-1983)

El debate comenzó con la exposición del Profesor de Teoria Politica I y II de la Carrera de Ciencia Politica: Texto:



Estado, derechos humanos y Estado terrorista: el caso argentino 1976-1983
Por Gabriel Costantino

El Estado Nación y los derechos humanos son dos conceptos que desde sus orígenes están íntimamente vinculados. Ambos son un producto moderno y europeo, aunque en la actualidad ya son conceptos mundiales. El principal vínculo entre uno y otro es que el Estado se ha definido desde sus orígenes como la forma de organización política que podía hacer efectivos en un territorio y para una población los derechos de los individuos.

Se reconoce que el Estado Nación es el resultado de un proceso de concentración de recursos militares, económicos y legales en manos de un soberano, quién gracias a esta concentración de poder pudo establecer el orden y la seguridad en determinada comunidad. De esto trata el Leviatán de Hobbes en 1651. A principios del siglo XX, Max Weber hará famoso este proceso social y político moderno en términos de monopolización de la violencia legal; Carl Schmitt, otro erudito del Estado europeo -contemporáneo de Weber-, hablará de la monopolización de la decisión política. En cualquier caso, se refieren a lo mismo. A la aparición de una forma de gobierno que gracias a la construcción de las primeras burocracias nacionales (el ejército, la policía, la administración de justicia, el sistema impositivo y monetario, etc.) logra aquellos fines. O en otras palabras, hace efectivos los primeros derechos humanos en sentido moderno: la vida, la propiedad y las libertades individuales.

Vemos entonces la primera relación entre el Estado moderno y los derechos del hombre. La historia clásica del Estado moderno explica que este tipo de organización política fue posible por la alianza entre una familia noble -que hasta entonces era primus inter pares- y una nueva clase social cada vez más poderosa: la burguesía. De ahí que los derechos que tenía que garantizar el soberano eran derechos importantes para la vida burguesa: integridad física y propiedad; libertad de pensamiento, expresión y movimiento; libertad de trabajo, de asociación y de comercio; derecho a un debido proceso judicial. Estos fueron los primeros derechos del hombre, derechos a los que denominamos hoy derechos civiles.   

En la historia del Estado moderno y los derechos humanos se identifican otros dos momentos importantes. El de las revoluciones burguesas, las cuáles buscaban que no sólo sean efectivos los derechos civiles sino también los políticos (no sólo los derechos del hombre sino los del ciudadano). Esto es, los revolucionarios -americanos y europeos- no se contentaban con que el gobierno se comprometiera en garantizar los derechos civiles, sino que ellos mismos querían elegir al gobierno capaz de lograr tal cosa. Aparecen entonces los derechos vinculados al régimen político: derecho al voto, a ser elegido para ocupar cargos públicos, a la comunicación política.

Finalmente, el tercer momento de esta historia, es el momento del Estado social de derecho. Luego de la aparición del movimiento obrero y de los partidos de izquierda, la lucha política se orientó a comprometer al Estado con la promoción de los derechos sociales: a la educación, a la salud, al trabajo, a la protección social, a un mínimo de necesidades básicas satisfechas.

La victoria de los aliados en la segunda guerra mundial y la conformación de las Naciones Unidas trajeron como consecuencia la redacción de la famosa carta de derechos humanos de 1948 donde se compendian todos estos derechos, y se hace universal la historia conceptual clásica del Estado occidental y los derechos humanos.

Guillermo O’Donnell, uno de los politólogos más prestigiosos de nuestro país, ha sido muy influido por esta perspectiva. Sobre todo sus últimos trabajos, por lo menos los de sus últimos 20 años, tratan esencialmente sobre la relación problemática en América Latina entre los Estados y los derechos humanos. Así, en varios de sus textos, a O’Donnell le gustaba hablar de niveles de estatalidad, o de zonas más “claras” y más “oscuras” en los países de nuestra región, según la efectividad de los derechos civiles, políticos y sociales.

Las zonas más claras o con mayor estatalidad serían las zonas donde todos los derechos son más o menos efectivos. Zonas medio oscuras serían las regiones donde el gobierno y sus burocracias no pueden promover los derechos sociales. Un caso más grave sería un Estado donde los derechos políticos no están garantizados. Ni que decir de un Estado que no puede defender los derechos civiles. Ahora bien, el peor de los mundos posibles es el de un gobierno que con sus burocracias no sólo no garantiza los derechos humanos más esenciales, sino que opera de manera general y sistemática para violarlos. Un Estado terrorista es esto: un Estado dónde el gobierno dirige a sus burocracias para atacar el derecho más fundamental que tiene cualquier persona: su vida y su integridad física.

La historia política argentina es una historia violenta. Los conflictos entre unitarios y federales, entre autonomistas y nacionales, las represiones al movimiento obrero, los fraudes electorales, los golpes de estado, etc.; son todos ejemplos de ello. Pero durante el proceso de 1976 a 1983 se llegó al peor de los mundos posibles. Durante esa época tuvimos un gobierno dirigiendo a sus burocracias para que mate, viole, torture y desaparezca a la población que se oponía a sus ordenamientos. Durante esa época tuvimos un Estado terrorista. El 24 de Marzo es el Día de la Memoria. Memoria de lo que nuestra historia política fue capaz. Memoria que esperamos nos permita estar atentos a que hechos semejantes NUNCA MÁS sucedan. Hoy estamos cerca de cumplir 30 años de vida en democracia. A pesar de todas las cosas que faltan, de todas las injusticias que permanecen, tenemos que valorar este momento histórico. Y pensar lúcidamente para conservarlo y de lo posible mejorarlo.

Vinculado a esto, quiero terminar compartiendo una reflexión personal para discutirla con ustedes. El discurso del Estado y los derechos humanos nos da un marco teórico que tiene pros y contras. Sirve porque con sus abstracciones nos ayuda a distinguir y tomar posición en procesos y situaciones muy complejas. Nos ayuda a trazar límites que son importantes, y para “ubicar” a actores  y prácticas políticas dentro de esos límites.

Sin embargo, considero que este discurso puede muchas veces tomar una variante liberal que dificulta la acción política, entendiendo por esto a una acción que produce una transformación estructural en favor de los sectores más desventajados. Y sobre todo en America Latina. Las características típicas de este discurso humanitarista liberal, recurrente en los medios de comunicación y en ciertos sectores progresistas, son las siguientes: 1) hacen hincapié en la vigencia social de un derecho en una población determinada analizándolo de manera aislada, no teniendo en cuenta el entramado integral de los derechos, con sus conflictos indecidibles; 2) responsabilizan rápidamente al gobierno –al Poder Ejecutivo- por la ineficacia de tal o cual derecho; 3) sobreestiman la motivación legal de los actores políticos y sociales llamados a “controlar” al Ejecutivo (legisladores representantivos y razonables, jueces imparciales, burócratas profesionales, periodistas independientes) .

En otras palabras, considero que existe un discurso liberal de los derechos humanos que puede favorecer al statu quo pues obstaculiza un área amplia de acciones políticas que son legítimas aunque violan derechos específicos, y porque socava la autoridad del principal impulsor de estas acciones políticas: un Ejecutivo con legitimidad popular. La apelación a los derechos y libertades individuales, a la deliberación parlamentaria, a la independencia judicial, al federalismo, esconde muchas veces la intención de erosionar la legitimidad del Ejecutivo nacional y obstaculizar su capacidad de coordinar acciones políticas.

Por eso me interesa recuperar otra corriente de estudio del Estado moderno que se ha pensado en general como contraria no sólo al liberalismo sino a los derechos humanos: la tradición gubernativa. La “tradición gubernativa” es una corriente del pensamiento del Estado moderno conformada por una serie de autores “malditos” que resaltan la importancia de que el gobierno (i.e. el Poder Ejecutivo) tenga amplias facultades y capacidades sin las cuales no puede dirigir y controlar a las burocracias públicas y a las corporaciones privadas para promover los intereses de la ciudadanía (vg. Maquiavelo, Hobbes, Hegel, Weber, Schmitt, Schumpeter, etc.).

Quiero aclarar que estoy bien lejos de desear difundir un paradigma autoritario de la política. Lo que quiero es invitarlos a pensar e investigar empíricamente si no es el caso, muchas veces, que cuando tenemos un poder Ejecutivo fuerte (con recursos y con legitimidad popular) suceden cambios importantes en el funcionamiento del Estado que favorecen a derechos cruciales para los sectores más desventajados. Quiero invitarlos a problematizar la conexión que establecen de forma constante muchos sectores entre las instituciones y lógicas típicas del constitucionalismo liberal y los derechos humanos.

Muchas gracias.

Acto seguido, tomo la palabra Maximiliano Kladakis, profesor de la carrera de Filosofia de UNSAM


Memoria histórica y vida en comunidad

Maximiliano Basilio Cladakis

El establecimiento del 24 de marzo como feriado nacional inamovible se encuentra enmarcado en ese proceso de cambios acontecido en la vida estatal a partir de 2003 que transformó el “Perdón y olvido” en “Memoria, Verdad y Justicia”. Si bien se trató de una medida que, en su momento, generó una polémica multidireccional que abrazó voces críticas tanto por “derecha” como por “izquierda”, hoy no caben dudas de su importancia substancial en la reconfiguración del sentido histórico de nuestra sociedad, una importancia que no se limita sólo a la comprensión del pasado, sino que se extiende hacia el presente y que se proyecta sobre los posibles horizontes del porvenir.

La irrupción de la historia

En su momento, desde algunas posiciones progresistas, se realizó una crítica centrada en el hecho de que la consecuencia de la medida implicaría una banalización de la fecha. En vez de conmemorar el inicio del periodo más nefasto de nuestra historia, se decía, muchas personas utilizarían el feriado para dedicarse al ocio, para “irse un fin de semana afuera”, etc. Se trataba de una crítica sustentada en la estrechez de miras, en la confusión de lo necesario con lo contingente, de lo substancial con lo accidental. Como suele decirse: “el árbol les tapaba el bosque”.

Más allá de que haya quienes en ese día se dediquen al ocio, la fecha enmarcada en rojo supone la constitución de una lógica de la temporalidad colectiva que desarticula las dinámicas individualistas que, desde la Dictadura a los ´90, se consolidaron como hegemónicas. Si bien, desde la lógica de la anti-política (en el sentido de la negación de la vida en comunidad en pos de la primacía exclusiva de los proyectos individuales), la fecha puede ser “aprovechada”, igualmente genera incomodidad, malestar. Que sea una fecha en rojo significa la necesidad, el deber, la obligación podría decirse, de hablar de lo que se originó ese día.

Si la estrategia cultural del neoliberalismo se fundamentada, principalmente, en la exacerbación del individualismo y en la ausencia de una memoria histórica y colectiva, el feriado del 24 de marzo es la penetración del horizonte histórico en los horizontes individuales. Aunque las respuestas a esa penetración pueden ir desde el fastidio al compromiso explícito, pasando también por la “alegría” de poder dormir una hora más, de una forma u otra la memoria es ejercida y la conciencia “apolítica” , incomodada ante las preguntas y comentarios realizados, o bien durante la fecha, o bien durante los días previos. El hijo le pregunta al padre por qué no debe ir al colegio, alguien habla en la radio o en la televisión, las maestras se ven obligadas a referirse al tema, la Memoria penetra en las distintas esferas de la sociedad interpelando a cada uno, obligando a pronunciarse de una forma u otra, es decir, quebrantando el silencio.

Por lo general, una fecha enmarcada en rojo sobre un calendario señala la emergencia de la historia colectiva por sobre las lógicas individualistas. Sin embargo, también es cierto que la distancia con respecto al acontecimiento que se conmemora en esa fecha, sea temporal o espacial, genera una especie de solidificación, en donde la fecha en cuestión se convierte en una especie de monumento de mármol, antes que la posibilidad de reactualización de una discusión o debate, o más aún, una praxis transformadora de lo real que reasuma el sentido de lo recordado. Por el contrario, la cercanía espacial y temporal del 24 de marzo nos abre a un acontecimiento en donde se entrelazan de manera profunda la vida individual con la vida colectiva. La historia es comprendida como historia actual.

24 de marzo y 10 de diciembre

Desde algunos sectores políticos y mediáticos se había propuesto como alternativa que, en vez de conmemorar el 24 de marzo, se “celebre” el 10 de diciembre. Es decir, el Día del Regreso de la Democracia debía imperar por sobre el Día de la Memoria. No caben dudas de que el 10 de diciembre de 1983 fue un día fundamental en la vida de los argentinos. Se trató del fin del Terror, del regreso de la democracia, del regreso de la política, del fin de los años más nefastos de nuestra historia. Ese momento, incluso, fue el inicio de un proceso que llevaría a un acontecimiento que, con todos sus claroscuros, ha tenido una relevancia de suma importancia, tanto a nivel nacional como internacional: el Juicio a las Juntas.

Sin embargo, la presentación de la alternativa “Día de la Democracia” frente a “Día de la Memoria” llevaba en sí misma el objeto de clausurar una historia que aún continúa (y continuará) abierta. Si bien es absolutamente legítimo establecer como celebración nacional el regreso de la democracia, la intención implícita de los que decían sí a los festejos y no a la conmemoración, no era otra que ocultar aquello sobre lo que la memoria se extiende. Sobre todo, cuando muchos de ellos, fueron enemigos implacables de esa democracia que regresaba tras siete años de Dictadura.

A diferencia de otras fechas, el 24 de marzo no nos coloca frente un “triunfo”. Precisamente, el sentido radical de su establecimiento como fecha conmemorativa nacional es que nos coloca frente a un acontecimiento que opera en, cierta medida, como antítesis del 25 de mayo o del 9 de julio. Tanto el Cabildo Abierto como la Declaración de la Independencia son actos fundacionales de nuestra historia como pueblo que representaron puntos de quiebre en la consolidación de nuestra historia desde una dimensión afirmativa. El filósofo francés Maurice Merleau-Ponty habla de los acontecimientos históricos como instituciones dadoras de sentido. Efectivamente, estas dos fechas, como también la del 10 de diciembre de 1983, se presentan como hitos que establecieron valores, símbolos, tradiciones a partir de las cuales nuestro pueblo encuentra su identidad y se afirma en su propia historicidad. Se trata de un pasado que, al actualizarse en la reasunción presente, estrecha los vínculos de la comunidad nacional.

Por el contrario, el 24 de marzo nos abre a una dimensión insondable que opera como contravalor. La memoria se extiende hacia el pasado para encontrarse con un acontecimiento que se instituye desde la negatividad absoluta. Precisamente, el 24 de marzo nos pone frente a lo que no debía acontecer. Hanna Arendt hablaba del Mal radical, la Dictadura instaurada el 24 de marzo es la experiencia concreta de ese Mal radical en la vida de los argentinos. Los secuestros, las torturas, las ejecuciones, las violaciones, el robo de bebés, son la negación de la posibilidad de la vida humana en tanto tal. La memoria, al historizarse hacia ese pasado reciente, descubre un abismo desde donde emerge lo no-humano. En este sentido, la misma categoría de “desaparecido” se hunde en las condenas más atávicas de la cultura occidental. La Antígona de Sófocles y la misma Ilíada se refieren a los insepultos como afrentas a los propios dioses.

Sin embargo, la comprensión del 24 de marzo como la emergencia del Mal radical y de la negación de lo humano, no significa que se tratase de un acontecimiento ausente de racionalidad. Por el contrario, podríamos decir, junto a Adorno y Horkheimer, que el Horror no es lo contrario de la racionalidad, en tanto racionalidad instrumental, sino que depende de ella. El Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia implica un desentrañar la lógica interna y las redes de complicidades que ejecutaron el plan sistemático de exterminio. Se trata de un recordatorio constante del Horror pero también de una exigencia de Justicia y de Verdad que conlleva a un desvelamiento de las responsabilidades ocultas y “ocultadas”. En este sentido, nos encontramos con un cambio de paradigma dado en los últimos años: se está comenzando a hablar de “dictadura cívico-militar” en lugar de “dictadura militar” a secas.

El ya mencionado Merleau-Ponty, en su texto Humanismo y terror, diferenciaba dos tipos de violencia, una que tenía por finalidad acabar con toda violencia; otra que se ejercía para perpetuar la violencia. La Dictadura fue una expresión extrema de esta última. La violencia radical llevada a cabo por el brazo militar tenía como correlato la violencia, también radical, del modelo económico impulsado por grupos empresarios, entidades financieras y capitales extranjeros, como ya lo había denunciado Rodolfo Walsh en su Carta a las Juntas. El 24 de marzo, como Día de la Memoria, abre la caja de Pandora, por lo que salen a la luz, los brazos ejecutores como también los autores intelectuales.

La emergencia del pasado como horizonte histórico del presente

El Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia se nos presenta, por tanto, a partir de una concepción de la Memoria en la cual esta no es mera referencia al pasado sino que se despliega hacia el presente y hacia el futuro. Verdad y Justicia son exigencias actuales no limitadas a un pasado cerrado. Por el contrario, implican la apertura de aquello que se intentó cerrar y el repudio a todo esbozo de punto final. En sus Tesis sobre la Filosofía de la Historia, Walter Benjamin habla de la pervivencia del pasado en el presente y afirma la mutua imbricación de la lucha por el presente y de la lucha por el pasado. Esta doble imbricación que se proyecta hacia el futuro que deseamos construir se nos hace presente en la efectivización del 24 de marzo como conmemoración colectiva.

En la Argentina aconteció un genocidio. Ese hecho atraviesa nuestra historicidad. La fecha en rojo nos pone en contacto con aquello que, como dijimos antes, no debió haber sucedido. El pasado nos interpela, y frente a dicha interpelación estamos obligados a elegir y en esa elección, como decía Sartre, somos responsables por nosotros y por todos los demás hombres. La historia que nos antecede, aún para los que nacieron de manera posterior a la Dictadura o que eran niños en los años del Terror, nos hace, pues, responsables de ese pasado. O bien optamos por el silencio y la indiferencia, lo que implica, de una forma u otra, ser cómplices, o bien optamos por la reasunción de la Memoria en pos de la Verdad y de la Justicia.

En este sentido, la Memoria es praxis. Recordar el Terror es actuar en el presente, asumir un compromiso con la historicidad colectiva en la cual confluye la historicidad particular. En este aspecto, quienes hablan de dejar “el pasado en el pasado” tampoco hablan solo del pasado sino también, y sobre todo, del presente y del futuro. Su rechazo de la Memoria es una apuesta y un compromiso por el Ocultamiento y la ausencia de  Justicia.

Palabras finales

Está claro que el establecimiento del 24 de marzo como Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia no puede ser adjudicado unilateralmente a una decisión tomada en la vida estatal. Por el contrario, las luchas llevadas a cabo durante años por agrupaciones como Madres, Abuelas, HIJOS y tantas otras, han sido los que se han encargado de mantener encendido el fuego de la Memoria y los anhelos de Justicia y Verdad durante los nefastos años del Punto Final, de la Obediencia Debida y de las Leyes de la Impunidad. Vidas dedicadas íntegramente a quebrantar los intentos de silenciamiento y de olvido, son las que han marcado y continúan marcando el camino hacia una Argentina que reasuma el abismo que se abre detrás de ella y mantenga en alto el reclamo, que debe ser permanente, por la Justicia y por la Verdad. En este sentido, el valor del reconocimiento por parte del Estado radica en la extensión de sus posibilidades de acción y de abrir nuevos canales por los cuales proseguir una lucha iniciada en el momento mismo en que la Dictadura se instaló a sangre y fuego sobre nuestra historia.

Muchas Gracias


A continuación, tomo la palabra el Profesor de Epistemologia, José Gomez de Vicenzo. Texo a conticuacón:




Derechos humanos, memoria y praxis
     Derechos, pensamiento y acción
Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos producida en la Asamblea General de las Naciones Unidas de diciembre de 1948, hasta nuestros días, la cuestión de los derechos humanos ha provocado un sinnúmero de debates teóricos. Mucha tinta ha corrido para señalar su naturaleza, su fundamentación y una serie de problemas vinculados con la distancia que existe entre la loable, y la mayoría de las veces, también escolástica intensión de garantizar tales derechos, junto a la escasa capacidad concreta por lograr su cumplimiento de parte de los Estados, unida a las sistemáticas y recurrentes violaciones en las que suelen caer los principales defensores de los valores occidentales.
El aparente agotamiento de la discusión, junto al, en buena hora, consolidado éxito de las políticas tendientes a la defensa de los derechos humanos y el juicio y castigo a quienes los violaron sistemáticamente en la dictadura, logrados a partir del 2003 en nuestro país, podría hacernos pensar que nada nuevo puede decirse sobre el tema y lo que es peor, nada novedoso puede hacerse, más que repetir ciertas estrategias consolidadas y reconocidas como efectivas, para sancionar las violaciones de los derechos humanos, para honrar la memoria de quienes dieron sus vidas por las causas populares y evitar futuros desastres.
Sin embargo, el éxito actual en la lucha contra la opresión y la violencia de los 70 no necesariamente garantiza la desarticulación de ciertas prácticas llevadas a cabo por acción y hoy, básicamente, por omisión, por parte del Estado o bien fundamentadas teóricamente, tanto por un enemigo agazapado que busca borrar el pasado y legitimar prácticas violatorias en el contexto actual, como por actores que ni siquiera se dan cuenta cómo al pedir por la concreción de ciertas políticas, estarían clamando, en consonancia, la violación de ciertos derechos humanos.
En efecto, que tengamos sendas declaraciones de derechos no está posibilitando neutralizar aquellas prácticas en las que, y aquí tenemos el motivo central para continuar la discusión, el Estado por omisión no hace cumplir los derechos humanos. La ritualización de las prácticas y su naturalización tal vez sean los principales enemigos a combatir para quienes se saben defensores de las causas populares y de los derechos del hombre. Y que muchos actores clamen por la violación de los derechos (por ejemplo, al pedir por la pena de muerte) es funcional a que otros aprovechen ese tipo de prácticas incorporadas a la acción como mecanismo para replicar sus fines a nivel macro político. Vamos al punto.
Acción u omisión
Como es sabido, son los Estados quienes se han comprometido a nivel internacional firmando y ratificando pactos, tratados y convenciones. Por eso los Estados son los únicos capaces de garantizar los derechos humanos a toda la población. El titular de los derechos es la persona y el que debe garantizar su cumplimiento, el Estado. De la misma forma, es por esto que el Estado sería el único que violaría o no respetaría los derechos humanos. Puede hacerlo por acción o por omisión.
Los violaría por acción al generar actividades que van en contra de los derechos de sus habitantes. Un ejemplo es el terrorismo de Estado que impuso el último gobierno de facto en nuestro país. Pero también, lo son las prácticas autoritarias que se encuentran presentes en  el accionar y en la organización de las fuerzas de seguridad que son responsabilidad de los gobiernos democráticos –maltratos en comisarías, torturas seguidas de muerte o no, detenciones arbitrarias y muertes por gatillo fácil-. Y no los estaría respetando cuando actúa por omisión, cuando por falta acción del Estado, los ciudadanos ven afectados sus derechos. Por ejemplo, cuando el Estado no establece políticas educativas tendientes a eliminar las desigualdades en el acceso, permanencia y egreso de los sectores populares al sistema educativo, dejando “librada” la responsabilidad de educarse a las condiciones sociales de cada sector de la población.
Derechos humanos y política
Este artículo busca situar a los derechos humanos en el contexto de las luchas sociales y la historia , pretende instalar la idea de que no se puede pensar tales derechos, y ningún derecho en general, por fuera de la praxis política, que el ejercicio de la memoria y el debate permanente (y todo debate parte de posiciones antagónicas y conflicto y se da en el contexto una lucha contra hegemónica por instalar nuevos sentidos más que la búsqueda de consenso) debe orientar la lucha por hacer efectivo el cumplimiento de los derechos y ese debate debe nutrirse de una permanente reflexión (que por supuesto por su propia naturaleza es critica). Porque ningún aspecto de la cuestión estará saldado hasta que, además de las políticas que se dan a nivel macro y las leyes tendientes a sancionar a quienes llevaron a cabo el genocidio, evitando que todo vuelva a suceder, logremos instalar también, el respeto y efectivo cumplimiento de los derechos humanos.
Desde esta perspectiva, los actos del 24 de marzo adquieren un nuevo sentido. Además de instalarse en todo el país como un espacio temporal para reflexionar sobre los hechos malditos llevados a cabo por la dictadura y honrar a quienes lucharon por una sociedad justa, siendo torturados y asesinados, actúa como disparador para la reflexión y la realización de ejercicios simbólicos tendientes a reorientar las prácticas; acciones que no debieran agotarse o languidecer en la perennidad de los eventos sino potenciarse para así, como la gota que horada la piedra, construir nuevas subjetividades capaces de luchar para que se concrete a nivel material, la igualdad que se postula desde el marco legal.
Porque las conquistas populares se construyen en la totalidad de las relaciones sociales, en la producción material y en la producción de significados, en la organización macro-estructural, en los hábitos subjetivos y en las prácticas interpersonales de todos los días. Y la lucha por hacer efectivo el cumplimiento de los derechos humanos por parte del Estado es precisamente esta, la del día a día, una de las principales batallas a dar en las trincheras para alcanzar una sociedad igualitaria.
Memoria y conmemoración
El gran Balzac hacía formular la siguiente pregunta a Rastignac en su maravillosa novela “Padre Goriot”: “Si cada vez que comiese una naranja, muriera un chino, ¿desistiría usted de comer naranjas?”. A lo que Rastignac responde algo así como lo siguiente: “Las naranjas están cerca de mí, yo las conozco, los chinos están tan distantes que no sé si realmente existen”.
La distancia espacial pero también, y sobre todo, la temporal hacen añicos los hechos salvo, claro está, que el ejercicio de la memoria permita reinstalar los temas una y otra vez, hacer que lo que ya fue se reactualice en el presente. La memoria impide que pueda mirarse para otro lado, hacer como que la cosa está lejos y por tanto, alegar, como Rastignac, que se desconoce la cuestión y en consecuencia, no puede hacerse responsable por los hechos. El personaje de la novela borra a los chinos de la historia, los borra del mapa como aquel genocida borraba a los desaparecidos haciendo pantomimas mientras se lo entrevistaba en las cadenas de televisión internacional. El supuesto que subyace aquí es que no conocer es igual a no existir. La memoria neutraliza esa displicencia, moviliza, interpela, y en el mejor de los casos compromete.
Existe, hay que decirlo, una distancia entre el recuerdo y la memoria. En lo que aquí respecta, más que de recordar, de lo que se trata es de conmemorar, hacer memoria con el compañero o el conciudadano, reactualizar para reflexionar, multiplicando los alcances de la crítica, no sólo para condenar lo que pasó, el terrorismo de Estado, sino también, para pensar en lo que nos pasa, el incumplimiento de ciertos derechos por omisión, el porqué de tales infracciones, para transformar lo que se suele dar por hecho, lo dado.
Seguramente, muchos de lectores no hayan vivido o sufrido el terrorismo, algunos ni habían nacido. Otros, a lo mejor, estaban lejos de los campos de exterminio, algunos, tal vez, no pudieron ver. Nada de lo que podamos hacer o decir se compara con las terribles experiencias de quienes vivieron y sufrieron los hechos. No obstante, y aunque los sucesos del 70 estén tan lejos de nosotros como los chinos de las naranjas de Rastignac, no resignamos la tarea de hacer de esta aberrante historia, una herramienta de trasformación de la realidad actual. Y para hacerlo, entre muchas otras cuestiones, contamos con la potencia de los actos simbólicos, esos que por su supremacía material y contundencia hacen más que mil palabras y recuerdos. Porque el tema de la memoria y el castigo a las violaciones de los derechos humanos además de ser motivo de lucha es una herramienta simbólica, para promover la lucha social por hacer efectivos todos los derechos.
Mejor que decir es hacer
La imagen del Presidente Kirchner, aquel que fuera elegido por la voluntad popular y que se cargó en la mochila el compromiso por representarla con convicción, ordenando - y haciendo cumplir el mandato- a un efectivo de las fuerzas militares bajar los retratos de los dictadores y genocidas golpistas colgados en los pasillos de la Casa Rosada, uno de los espacios de poder donde se toman las decisiones que atañen a la totalidad de los argentinos, se constituye en uno de esos hechos simbólicos capaces de movilizar o transformar las subjetividades. Es un símbolo de una política pero también, una herramienta de concientización. Podría no haberlo hecho, podría haber expuesto todo tipo de expresiones de deseo; podría, y no sería la primera vez que se hace en nuestro país, haber llevado a cabo una política de derechos humanos verborrágica, insulsa, poco densa, más cercana al hacer como sí, proclive a limpiar las culpas de una burguesía supuestamente progresista que quiere enterrar el pasado para hacer como que no pasó. Sin embargo, el Presidente corrió el eje hacia los hechos y machacó desde distintos lugares y apelando a distintas estrategias sobre la importancia de no clausurar el pasado, de no efectuar un cierre sepultándolo para siempre, para que las heridas se curen. Porque las heridas estarán allí marcándonos para siempre y permanecerán para siempre, para que volvamos permanentemente a reflexionar sobre la manera en que hacen de nuestro cuerpo histórico, un cuerpo particular, un cuerpo que crece, se reconstituye permanentemente y busca sobrevivir y mejorar las condiciones de vida. Por eso, además de dar cuenta de una política que se instala como ruptura da cuenta de una praxis orientada a hacer hoy efectiva la marcha hacia el cumplimiento de los derechos.
Multiplicar es la tarea
Ahora bien, hay otro aspecto importante que destacar. Este tipo de acciones se instalan como multiplicadoras. Un formidable grupo de jóvenes resuenan con el mensaje, lo internalizan, lo hacen parte de sus hábitos, actuando ellos también como multiplicadores. No es casual que, en los últimos años, hayan reaparecido y crecido las agrupaciones juveniles en torno al proyecto. Ellas son importantes como agentes mediadores entre las políticas a nivel macro y las prácticas cotidianas. Y no es casual que sean ellas las que están en las miras de los medios que representan a las corporaciones que resisten las políticas tendientes a reinstalar el valor de una praxis que logra cambios concretos. El temor por la reactualización de grupos combativos como los de los 70, propio de algún mercenario que apela a la descalificación y dicho sea de paso, la discriminación, es insignificante comparado con el hecho de que estos actores interesados representantes de intereses concretos saben que, gracias a las acciones efectivas en el nivel de las micro prácticas, estas agrupaciones políticas están cambiando la forma de percibir y actuar de la sociedad. La política comienza a ser real. Y los derechos humanos también porque son motivo de lucha de las agrupaciones que al generar presión desde las bases van modificando las políticas a nivel macro.
En efecto, este tipo de materialización de las políticas en la militancia actúa también como mediador entre la teoría y la práctica evitando que los derechos humanos sean algo así como una especie de sustancia vaporosa sino objeto de lucha permanente. Mal que nos pese a quienes trabajamos con el conocimiento, no son ni la filosofía política ni la ciencia política las que producen los cambios sino las militancias y las prácticas concretas. La política es praxis, y dentro de este marco general, la lucha por los derechos humanos es praxis también. Se hace en el día a día y se hace no sólo con la ayuda de la ley sino también, cambiando subjetividades.
Hacia la justicia social luchando por los derechos
En el capitalismo, la supuesta igualdad legal postulada desde la filosofía política se da de bruces frente al desigual acceso a los bienes materiales y simbólicos. Esto es así desde que llegamos al mundo y comenzamos a actuar en él. Es una precondición a toda acción. En lo cotidiano, los actores reproducen ciertas prácticas funcionales para la reproducción del orden social al naturalizar lo dado. Sin embargo, las prácticas pueden tomarse como objeto de crítica para la transformación simbólica y material de lo dado. Si queremos hacer real la justicia social, si queremos que los derechos humanos estén más vigentes que nunca asegurando en el plano material la igualdad que se postula a nivel formal debemos trabajar reflexionando sobre lo que nos pasó, pero asimismo, sobre lo que nos pasa.
Si podemos desnaturalizar ciertas prácticas actuando políticamente a nivel micro social y apelando a la potencia simbólica de los hechos, tendremos, sin duda, una prueba irrefutable de lo que pueden producir nuevas subjetividades cuando nos proponemos trabajar sin temor a ir más allá de lo que se considera posible. Y así será factible producir, dentro de los límites de la reproducción de la vida cotidiana, una comprensión cabal de lo que traba la liberación de las personas y las sociedades, de cómo para muchos los derechos humanos pueden ser sólo una frase vacía, una teoría vaporosa, que encubre o es funcional a la dominación.
Así los derechos humanos cobran fuerza como herramienta de transformación en la praxis política para quienes continúan con tenacidad y entrega su labor de subvertir lo existente, construir nuevas posibilidades a futuro y ayudar a hacerlo realidad. Y de este modo estaremos haciendo honor a quienes lucharon por un mundo mejor y fueron perseguidos dejándonos un legado riquísimo de ideas y valores.
 Muchas gracias.
A continuación, nos brindó su testimonio el compañero ex-detenido Marcelo Daelli sobre su experiencia y nos comentó caracteristicas de aquel siniestro campo de concentración, Club Atletico.

Agradecemos la participacion de los distints sectores que participaron de la oganización y del evento.
Muchas Gracias
CEPyG


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